AURORA YA NO ESTÁ EN EL ALBA

A la memoria de Aurora González

I

Acaso es posible, que los pájaros la reconozcan
en el silencio floral de las ramas.

Ella es hoy toda un recuerdo sobre estos campos,
donde vienen paciendo los ganados, la ebriedad
festiva del río; la tarde
azul de las violetas.

Callada y transparente, ella desciende,
como ave de agua,
hacia la verde sed del olivo que apuntala
el jardín de su casa. Callada y transparente,
ella misma se hace rama
y silencio, oferente ausencia,
donde los pájaros vacían sus trinos,
y mi pensamiento,
las lágrimas.

II

Aurora ya no está en el alba y, sin embargo,
se agita en la primera luz,
como una brillante lejanía que entibia
los silencios más inaprensibles de la noche;
las horas fugitivas
del sol y de las rosas.

Furtivamente, la llamo por su nombre. Furtivamente,
la voz huyendo hacia los claustros
donde custodiamos la memoria, de nuestros muertos.
Ruinas de niebla que se levantan a lo lejos;
alcázares en vuelo
que se deshacen al alcanzar la frontera
de los címbalos
donde se anuncia la madrugada.

¿Estás ahí, amiga? –le pregunto,
y reclino la cabeza sobre su voz de aire, el vacío
restallado (en el vacío) con sus últimas palabras;
casi como un verso postrero, sus ojos ya
en una hermosa carroza de estrellas, avanzando
hacia donde no existe
el temor a las tormentas.

III

A veces los vivos se sueñan en la muerte.
Una y otra vez regresan de los atrios sagrados
atravesando los pórticos de luz
que guardan los infinitos.
Todo por ir acostumbrándose
al resplandor inanimado del tiempo sin tiempo,
a la no-inquietud del fin carnal
del alba sin aurora.


DE LAS TORMENTAS SE HUYE

DE LAS TORMENTAS SE HUYE
caminando hacia la luz.
Hace días que el tiempo se ha varado
[sobre el agua
y lo han ocupado
las gaviotas hambrientas.

Me he buscado por dentro, sin escrúpulos,
a la intemperie de un invierno ardiente
que ha fundido los templos
donde viven en sed las aves.

Una canción de nieve
se descuelga blanca del altozano, y un rebaño
[de corceles
pone en fuga mis ojos sobre los lomos
de una turbadora estela de plata.
No temas, madre –le digo–.
Son los caballos que traen el viento
y la mar.

Y entonces ella lenta se levanta,
y maldice todos los vientos, y maldice
[todos los mares,
y me maldice a mí, por lo bajito,
mientras me estrecha en sus brazos
con una ira indulgente
que me sacude el alma.

–Son solo potros.
–Estaban escondidos tras la niebla.

Pero madre no quiere que cuente más,
madre no quiere que sueñe más.
Madre dice que las palabras son trampas
del silencio; que los sueños son fiebres
que florecen en los ojos,
como nacen las selvas de agua
en el espejismo del desierto.

Quedan después las palabras
corveteándole los labios,
en el mismo equilibrio ecuestre de aquella
[misteriosa luz
que atravesó los nimbos
en cerrazón de la tormenta.

Hubo de llegar la tarde clara
para que los caballos aparecieran allí.
Las crines blancas, cardando el viento;
los belfos aflorados,
con el sereno resuello
de lo más enigmático y desconocido.

Nada pude sospechar en aquella reata de luz
sino la feliz consumación
de un perseguido anhelo. Nada esperar
sino que aquel hermoso galope se hundiera
[en la arena
para saber
que, de la propia vida o de la misma muerte,
solo se regresa
soñando.

(Del poemario: Caballos sobre el viento. Poema XXI)


DÓNDE ESTÁS, LIBERTAD

TE ESCRIBÍ, LIBERTAD, verde
sobre el silencio de los campos de mayo,
desangrándote sin dolor en las amapolas del trigo
y en el rocío
más apacible de la mañana.

Eras un don en mis manos y te hacías pájaro
en cada letra sobre el papel.

Te llevé a todas partes,
de la meseta a la colina, de la colina al horizonte,
como una dulce brisa que apenas rozaba el aire
o inquietaba los sentidos.

Te escribí grácil y transparente
sobre el lecho del río, voluptuosa y desnuda
como una náyade que me cantaba al oído
las pasiones ocultas en los juncos,
mientras te contorneabas y mecías sobre los cálices
abiertos de los lotos, hermosamente desfallecida,
al mirar del sol.

En otras horas, libertad, eras madero;
una cruz apuntalando la noche de mis sin-silencios
más callados.
Un astro sin luz engendrado en la oscuridad
donde yo ocultaba mis temblores
y mis miedos.

Ni siquiera necesité pronunciar tu nombre
para saberte ahí. Ni siquiera
adelantar los brazos hacia tu regazo de aire,
porque tú eras mía, libertad, mía
como un bien resignado y obediente
al que yo subyugaba a mi capricho
con la misma ambición y tiranía
del que niega la libertad a su propia libertad.

Y así comencé a hacer de ti
una contenida libertad incandescente.
Más allá de defender mis rebeldes llamas
tú eras solo un fuego cautivo
que apenas osaba despuntar en la intemperie de la lluvia.
Y aun cuando el viento arrostraba,
frente a frente, tus iras,
tú te abatías en tu sombra, pequeña y desvaída,
como si nada en ti de aquel gigante
pudiera haber sido.

Dime, libertad, ¿dónde estás que no te siento?
Todo mi alrededor se ha vuelto distante
como un horizonte inalcanzable. Todo
incierto y hostil, peligrosamente,
enmudecido y salvaje.
¿Dónde estás, libertad…?
¿Dónde?

Y mi grito se hace un cuchillo en el aire,
de norte a sur, de esta a oeste,
que hiende la ciudad, las aguas y los campos.
De norte a sur, de este a oeste,
entre hombres, mujeres y niños sin techo
y sin destino.
De norte a sur, de este a oeste…,
desgarrado en el viento, un eco
que apenas puede abrirse paso
en estos cielos sin Dios
y sin pájaros.


EL JARDÍN DE LAS DELICIAS. FRAGMENTOS

106
Da igual que sea hombre, mujer, o pájaro
el que traiga guindas en la boca.
Lo que importa
es que unos y otros desnudaron el árbol.

212
Como fuegos de artificio
estallan los cardos en el edén
y dulces plumas se tornan sus espinas.

911
Y he visto cómo estallan las cerezas
y se hacen río.
Y he visto a los peces ebrios encamándose en el viento
entre enramadas de corales.
Porque en la lujuria nada permanece
dentro de sí mismo.

922
Algún día llegara el otoño a este jardín bravío donde se expanden las carnes
entre las cerezas y los pájaros quedarán ebrios en sus lechos de lujuria.
Algún día todo será un largo invierno infecundo
y, la memoria,
el paraíso cruel de esta primavera.

1109
Lejos queda aquella luz nueva que se llevó el mar
hacia la noche
dejando todas las embarcaciones
al empeño de una oración o un sueño. Acaso,
¿no escucháis las voces de los hombres apartando las sombras?

109
Y los pájaros de la luz que habitan el día,
se esconderán de las negras y hambrientas aves de la noche;

y unos se harán sangre,
y otros se sustentarán de ella;
y el sol y la luna regresarán
una y otra vez a sus ocasos;

y la nada
–vacío infinito-
emergerá por los siglos de los siglos
ante la incontestable pregunta de la vida.


EL VITI, ETERNO

A don Santiago, al maestro, al amigo

Yo no tengo del torero la memoria
pero tengo del hombre la palabra,
la voz que se abre en paseíllo al sol
de viejos alberos. Pisa el clarín
el clavel encendido de la tarde
y abraza con diestras manos, el Viti,
la muleta translúcida del aire.
En sagrada quietud fija el maestro
la pretérita bravura al ayer,
como a un luminoso sueño lejano
que sale del toril reverdeciendo
prístinas primaveras. ¡Va por ti,
toro! Y en el alrededor callado,
bajo la inmoble encina, Don Santiago,
vuelve sus ojos, sin poner castigo,
al torero que perpetuará al hombre.

(El Siglo de Oro de la Poesía Taurina. Adenda 2018)


HA LLEGADO EL MOMENTO

DAME TU MANO, amor.
Ha llegado el momento.

Acaso ¿no ves cómo callan
ya los pájaros en las rosas?
Acaso ¿no ves el sol
febril y bilioso en las laderas, abatido,
medio muerto;
acaso el silencio, ese coro callado que viene
en alabastros del frío, tan del otro mundo,
tan inquieto?

Mas, sin embargo, amor,
lejos de esta ventana los prados
chorrean primaveras y brasas
para las luciérnagas.
Fuera de mis sentidos los lotos
vacían sus perfumes en el río y en el agua
amorecen los fresnos y los musgos
verdes del berrocal.

Y a pesar de todo, estos pájaros callan
en el mural rosado de las espinas.
Y a pesar de todo, callan también la encina
y los espliegos, la fuente clara y los perros
que respiran muy despacio,
muy despacio.

Háblame tú, amor, por no callar.
Guárdame de estos silencios y dime
que tienes un adagio de Bach y luz azul
para adentrarme sin miedo
en la noche eterna.


LA VADERA DE LAS FIERAS

VOY A REGRESAR A SU CASA aunque ella esté muerta.

Hoy campanea el invierno afuera
y se han ensabanado los cristales.

Abuela, di al lobo que venga, le pido al oído.
Y de la sombra cercana de la sierra, obediente
desciende el lobo, despacito,
caminando sobre sus dedos por el vaho
con un pañuelo en la garganta
cantándole al frío.

Luego se detiene en la vadera de las fieras, junto al río,
y la abuela gira los nudillos, y los ojos del lobo
me miran, en súplica callada
descienden los párpados.
-Tiene sed –me dice ella y sonríe.
Y me acuclillo hundiendo las manos en el aire,
y las ahueco como en un canjil, la lengua del lobo
entrando una y otra vez en mi pocillo de agua,
con mansos sorbetones,
mientras mi abuela nos canta y nos cuelga
acerolas y escarchas
de nuestras pequeñas orejas.

Negra resbala hoy la noche en la ventana
con un silencio blanco que amenaza nieve.
Se ha hecho tarde, muy tarde.
La abuela y el lobo duermen, ya duermen.
Mañana, tal vez, habré de regresar a su casa
para despertarles.

(Del poemario: Tiempo de migraciones)


LA VIDA ME PESA, PADRE

Despiértenme las aves
con su cantar sabroso no aprendido.

Fray Luis de Granada

        LA VIDA ME PESA, PADRE,
mientras pasa.

Por los caminos voy cayendo y dejando
parte de lo que soy.
No sé qué o quiénes
guardarán mi memoria. Si acaso,
mis restos quedarán inertes en la tierra,
como una pavesa
que muere,
al rozar el rumor salobre de la mar.

Cada vez hallo menos fuerzas
para levantarme de mi costumbre.
Me inquietan los pesados indicios de mis pasos
cuando caen
y se hincan de rodillas en la memoria tranquila del camino,
como culpas que amputan las flores,
como sombras que mancillan,
la transparente amanecida de ese manantial
donde se mira el tilo.

Y aún así, Padre, con los sentidos
ya viejos y malheridos,
esta mañana me he despertado cantándole
a esa hoja de otoño que, el parque,
ha dejado sacudiéndose en fuego
bajo mi ventana.

(Del poemario: Para que calle el viento. XXXIV Premio Mundial Fernando Rielo de Poesía Mística)


LISBOA AZUL

NO ACIERTO A DESCUBRIR las lágrimas
de la vieja saudade
en tan dilatado cauce de luz.
Aguas abajo, esta mañana arrastra el Tajo
un océano de cielos infinitos
que, en bajeles de cristal, delicadamente
zarandea el aire.
En algún más allá de esta Lisboa azul
el azul abrirá las mañanas de otro mundo
y alguien escribirá nostalgias en una esquina
con la garganta escocida
y el corazón roto.
Cierro los ojos
y rompe el fado en mis oídos
con la lejana tristeza de hombres y mujeres
de los que no conozco el nombre.
Acaso soy yo la que canto.
Acaso sea solo el eco de esa música
a la que mi alma niega
desde hace tiempo
la melancolía inconsolable de su voz.

Castelo de Sao Jorge
Lisboa, febrero 2017


MUJERES DEL FUEGO

Chris Hani Baragwanath Hospital
(3.200 camas. El hospital más grande del mundo)
Johannesburgo (Sudáfrica)
Septiembre 1989

        NO, LAS MUJERES NO SE ATREVIERON
a respirar sus nombres; ni siquiera,
a esconder sus pechos
–negros, agrietados, al aire–
derramándose impúdicos
en las bocas desnudas de sus vástagos.
Recostadas en sus lechos
ellas me observaban: el pensamiento oculto
en las pupilas, los ojos con el pulso sostenido,
y un silencio en los labios que zahería,
de tan ancho,
de tan callado.

Yo venía del otro lado de la ciudad, de allí
donde las jacarandas ardían
en una hermosa metáfora de libélulas
y amatistas titilantes,
que el viento deshojaba,
delicadamente,
en el suelo.
Yo venía de los espejos que mistificaban
la metrópoli,
de las orillas de sus noches de argento,
donde los blancos
–los blancos, solo los blancos–
celebraban el sol, y el temblor
de los atardeceres.

Al sur de aquel paraíso, Soweto
amparaba en pequeñas casas,
la negra soledad de las mujeres del fuego.
Afuera, junto a las puertas, las latas
de benzina.
Afuera, junto a las puertas, los niños
descalzos.
Afuera, las mujeres negras y los árboles mudos.
Porque nadie quería oír, escuchar
sus adentros.
Solo beber, huir, vaciar
litros de alcohol en la garganta
hasta encender la sangre;
disputarse el sol, el aliento; el beso
del negro y su virilidad entre las sábanas…;
arrojarse el combustible y perderse en el grito negro
y sin eco, de su raza; en la urgencia
amarilla de la ambulancia.

Yo era blanca y las mujeres
no se atrevieron a respirar sus nombres,
o su vergüenza.
Yo venía de las flores del fuego
y ellas venían del fuego
de los silencios.
Cuando la poesía y la ignominia se miran
frente a frente,
dejan de existir el aire
y las palabras.

(Del poemario: Flores del fuego)

El 2 de febrero de 1990, Frederik de Klerk, en su discurso de apertura del Parlamento, anuncia que comienza el proceso de eliminación de leyes de discriminación racial. Comienza a desmantelarse el apartheid. En abril de 1994, la población negra ejerce su derecho a sufragio por vez primera en la historia de Sudáfrica, y Nelson Mandela resulta elegido presidente por una amplísima mayoría.


RAMA DESNUDA

IRÉ A HACERME RAMA desnuda
en la luz dulce del almendro.
Invierno tras invierno, esperaré
que alguien me despierte en su memoria
con las primeras yemas de febrero,
cuando los ríos aun sean un sueño
bajo el hielo que corona el horizonte
de la espesura de mi dehesa.

Tal vez los pájaros nuevos pernoctarán
sobre mi nombre. Tal vez
solo yo habré de soñarlos
cantando en mis oídos de aire.
Nada quiero que se detenga
en esa eternidad sagrada que hoy
parezco tocar con los dedos.
Todo de mí se me hace un hermoso poema
donde ni siquiera la muerte
me es ajena.


Y ELLA (MI PERRA) SE MARCHÓ EN LUNA DE INVIERNO

ME HABLA ESTA TARDE EL BOSQUE azul
que guarda a mi perra, y los pájaros blancos
me envían trinos de aire
desde allá arriba.

Ancha se derrama la luz en la sombra vacía del jardín,
junto a las pequeñas lavándulas que planté
para velar su tierra de muerte.

El invierno me obligó a sepultarla bajo el hielo,
las manos y las patas recogidas
al regazo de su vientre, para no matarla
de frío.

Una y otra noche,
el cielo descendía sobre ella,
como lienzo de escarcha donde quise soñarla dormida
en un nido templado
de muníficas estrellas.

Ni las más cerradas noches pudieron ensombrecer
tan aterida soledad. Ni los más opacos silencios
lograron intimidar la débil voz
del perro yerto.

Dichoso y dorado ha llegado este sol de retoños de marzo
que fértil cae sobre tréboles de lluvia.

Y corre mi perra tras los pájaros
que ensayan inseguros sus primeras voladas.
Y luego hunde su resuello en la hoya fresca
de la fuente, la lengua rosada sorbiendo
el velo en flor transparente del agua, los ojos,
dos preciosas gallaritas que me buscan
con el color de los quejigos
que traban las laderas cercanas de la sierra.

Y canta la primavera en la enramada alta del jardín
silenciando las larvas que en la fosa muerden
los huesos de mi perra muerta.

¡Ah, alma que te elevas sobre la soledad fría del nicho
como ave celeste
hacia los bosques azules de Dios!

Y yo que te creía aun, ahí abajo,
respirando helmintos y cenizas
de perra vieja.

Ladra, ladra, mi perra, a esta tu casa
desde más allá del sol.
Ladra y ven en tu voz de aire
como vienen en la atardecida las retamas
en la brisa amarilla.

Ladra, perra, ladra
a esta memoria tuya que vengo llorando de rodillas,
vencida, sobre la piedra.
Levántame al perfume delicado de las rosas,
a la libertad del río, al vuelo transparente
del gorrioncillo blanco
que canta tu ausencia
sin lágrimas.